martes, 28 de octubre de 2008

Sin cortinas



Quito las cortinas de la ventana y limpio las dos, las cortinas y la ventana.
La ventana se queda sin cortinas hasta que se sequen.
Entra luz a través del cristal, tanta que me deslumbra.
Sentada en una banqueta, miro al exterior.
Las flores, la barandilla del balcón, la lluvia que todo lo moja, la casa de enfrente, la hierba del jardín…

Me miro observando lo que me rodea, lo que me envuelve. Me miro mirándolo todo con ansia, con especial atención. Me miro con esos ojos que se detienen en los montocitos que los gorriones han esparcido por el balcón. Les gusta visitarme y revolcarse en las macetas, esos piadores de caminos, nadadores de tierra.

También algún petirrojo suele pasearse por aquí, a comerse las migas que ha tirado el nieto de la vecina de arriba… Creo que está convencido que mis flores tienen hambre. A veces también tira patatas fritas.

La calle adornada de jardines, farolas, bancos y papeleras ofrecen más motivos para seguir mirando. Y la gente… La gente que pasea sus sueños por las esquinas, unos montados en bicicleta, otros recorriendo el camino hacia casa. Sale un perro corriendo de un rincón y su dueño le grita. ¡Vuelve aquí! Y el perro vuelve meneando el rabo.

Por un momento pienso en no volver a poner las cortinas, en dejarlas olvidadas en una balda, pero a la hora en que aparece la luna, mi cocina sería el escaparate de todos los vecinos.

¡Qué maravilla tener estos ojos que todo lo quieren ver!


viernes, 24 de octubre de 2008

De mis memorias



La malvada hipotenusa capturó a Pi. Lo agarró por el pescuezo y se metió en su casa. Abandoné el refugio de mi escondite tras el pozo, decidido a recuperarlo. Podía escuchar a la bruja de la vecina despotricando. No podía hacer nada. Me esperaba lo peor. De repente, se abrió la puerta y allí apareció Pi, con medio cuerpo rasurado, pintado de rojo y con un lazo atado en la cola. Mientras lo miraba, me vino a la cabeza la imagen de mi padre cagándose en lo más barrido.

Mi ratón era republicano.

martes, 21 de octubre de 2008

Vuela el viento




En el centro de la ciudad,
se pasea el viento.

A alguien se le ha escapado el periódico
y él se lo ha llevado de paseo.
Juega con las hojas, dibujando tirabuzones
con las letras impresas en el papel.
La carretera es un torbellino de sensaciones
que se reflejan en el aire.
Dibujo de la cultura
arremolinada por las esquinas.

En el centro de la ciudad,
vuela el viento.


sábado, 18 de octubre de 2008

Equilibrio




Alcanzo el mismo borde
de un todo absoluto o de la nada.
Lo rodeo, lo paladeo
y acaricio el infinito eterno
o un profundo agujero negro.
Hoy, sin ahondar demasiado, crezco
y mañana sin siquiera buscarlo, pierdo.

La vida me sale a borbotones,
pero hallo un encontrado remanso
para esas bravas aguas que envolverme quieren.
Un equilibrio en el que alejo los blancos y negros
de la cumbre de mi existencia.

En cada instante, en cada suspiro
que por la mente transcurre,
traslado la enseñanza de un día a otro,
aprendiendo y meciendo, lo que entiendo
cuna de mi felicidad.

Ese equilibrio...


miércoles, 15 de octubre de 2008

Rabia


Rabiosa. Si, estoy rabiosa.

Se ha jubilado un compañero. Una persona con carisma, que a mi modo de ver podría arrastrar a muchas, con su manera de ser, de hablar. Una persona que a mí concretamente, me hace reír y mucho. Que ha entrado en mi casa y se ha sentado en mi mesa. Vamos que a mi me llena muchísimo.

Y decidimos hacerle una despedida, pero como siempre se encargan los de siempre, y como siempre los de siempre critican a los que se encargan de organizarlo todo.

Hace años se me ocurrió organizar un par de cenas y al final salí escaldada y dejé el tema y como siempre hay alguno tratando de recordarme que ya no organizo cenas. Pero se da el caso de que andas los últimos días llamando continuamente al restaurante, porque se han apuntado cinco hoy, pero resulta que mañana se borran tres porque se han apuntado los cinco de antes. Como niños pequeños.

El caso es que ahora, como siempre somos los mismos los que tomamos las riendas de todo. Y ya han empezado las críticas.

Que el partido de fútbol que se va a jugar, tenía que haberse hecho en campo pequeño, que como van a correr tanto. Que el menú es demasiado caro. Que menudo regalo de mierda se le va a hacer. Que la manera de recoger el dinero para comprar el regalo no es la correcta. Que si la fecha que se ha puesto para la cena imposibilita a algunos para venir.

Hasta han llegado a acusar de partidismo, porque si se pone en esa fecha, uno que no se habla con otro que no puede ir, irá sin problemas, cuando se ha organizado en el día que nos indicó el homenajeado.

Eso si, los que critican son los que nunca hacen nada, los que no toman parte en la organización de la historia, pero son los que si montan sus cenas en grupitos, juntándose con sus colegas, cuando esta cena es para todos los que puedan o quieran ir. Son los que aportan ideas cuando ya está el chiringuito montado y entonces como ya está todo liado no pueden echar marcha atrás.

Respecto a lo que a mí me toca, llevo el tema del regalo y lo único que se es que lo estoy haciendo todo lo mejor que puedo. El que se queda sentado y se limita a dar el dinero creo que no tiene ni idea del lío que supone. Para conseguir unas firmas, estoy moviendo a terceras personas que ni siquiera conozco y que moverán a unas cuartas que a su vez moverán a unas quintas.

Eso si luego viene el espabilado de turno diciendo que se va a hacer con el dinero que sobre (que seguramente se gastará en la cena). El gracioso que se permite comprarse el supercochazo moda, pero que luego te pelea por diez cochinos euros.

Rabiosa, si. Rabiosa de tanta hipocresía.

domingo, 12 de octubre de 2008

En el patio de la escalera



"nos"


Encajada luz entre cuatro paredes,
diría que hago atontada mirando,
engastada cerámica en sarta de redes.

Vestido de azulejos, colores azules
con ventanas de madera por compañía
vive ensimismado el patio de luces.

Subo escaleras, seis o cinco pisos
acariciando la barandilla aterciopelada
en redondez de ascensión catenaria
que asciende hasta el precioso desván.

Me siento en un escalón de frío mármol,
pensando en las horas eternas que durará
en el cuento de la vida, mi alargada visita.

Reflejo en cada reflejo
de brillantes, transparentes espejos
en los que hace tiempo me observo.


jueves, 9 de octubre de 2008

Sin exigencia




"Peio Etxekar"




Necesito comprar un poco de verdura. Hace buen tiempo y decido coger la bicicleta. Mientras pedaleo disfruto de las hojas de los árboles balanceándose con el viento, de los jardines llenos de flores. Paso de largo, dejo la tienda olvidada pensando en visitar el mar. Recorro el camino junto a la playa. Asomando frente a mis ojos, dos o tres mástiles juegan con la marea.

Abandono la bicicleta junto al muro, en el rompeolas y centró la mirada en un horizonte que me atrapa, que puedo tocar con la punta de mis dedos. Las olas lamen las atrevidas rocas que se ofrecen, galantes, para ser acariciadas por la salobre agua. Y mi piel se cubre de infinidad de gotitas. Como si me hubiera inyectado en vena con sólo sentir el mar.

Chupeteo mi mano y la siento libre, como esa agua que rompe sobre la roca, como el sonido que se escurre entre los recovecos de su destino. Es libre y con el tiempo se cubrirá de experiencia y de vivencias, de las que yo elija, de las que me ofrezcan el mundo y tú que me lees.

He de volver y retorno por el mismo camino. Compro la verdura que necesitaba y me dirijo a casa. Pero algo pasa. El paso es estrecho y viene alguien de frente. Decido subir a la acera mientras sopeso cómo he de hacerlo. Cruza la rueda porque sino patinará contra el bordillo. Pero no lo hago y sucede lo que pensaba que podía suceder. Me doy el morrazo padre, mi rodilla termina golpeada contra las baldosas de la acera. La cesta en la que iba depositada la verdura termina hecha un churro y los tomates salen corriendo. La persona a la que le cedía el paso, ni se para, aunque verdaderamente mi preocupación es recoger también los puerros y la lechuga. El pan se ha partido, un trabajo que me ahorro cuando llegue a casa.

Después de curar mi rodilla pienso en mi visita al mar. La sensación me asoma humedad sin exigencia. Sin exigencia a la que se exige demasiado, porque mientras menos exijo a los demás, más me exijo yo.


Y de verdad, en ocasiones me pregunto si merece la pena exigirme tanto.



martes, 7 de octubre de 2008

6 de octubre = Ternura


"nos"


Ayer fue uno de esos días. Uno de esos días en los que los recuerdos se reúnen para sentir que estás tan viva como en ese mismo instante, hace nueve años.

Las contracciones que parecían no tener fin, la entrada en el paritorio para después salir corriendo al quirófano porque él era muy grande y no quería salir. Y cuando por fin pude verle y tenerle en brazos mientras no paraba de llorar buscando comida, se me llenó el alma de una ternura tan grande que todavía no se me termina.

El pequeñito que tomé en mis brazos, es ya un muchachito que continúa haciendo muchas preguntas para las que no tengo respuesta, porque todo lo quiere saber. Y cada vez que llega la fecha yo creo que, aunque soy una besucona increíble, él se pregunta porque le achucho más.

Y es que esa sensación no se te va de la cabeza, y lo siento como si lo viviera de nuevo. Le abrazo y le acuno y él se deja llevar apoyando la cabeza en mi hombro y a mí se me escapan las lágrimas y cuando se aparta me pregunta porque lloro.

Yo no se si me entiende lo que le pretendo explicar:

-“Es que hace nueve años que saliste de mi tripa y es como si también fuera mi cumpleaños”.

Me abraza y me dice que me quiere mucho.

-“Y yo a ti también, rey, yo a ti también”.


sábado, 4 de octubre de 2008

Regreso



Enfermo durante meses, no podían dejar de alimentarle a pesar de que ello pudiera acelerar su final. Cada vez que trataban de darle un descanso, se desvanecía desfragmentado y tenían que recomponer de nuevo su esqueleto maltrecho.
Pero sucedió que tras merecidas vacaciones, no supo volver a reiniciarse.

Así que acabó en el taller, rodeado de otros tantos que como él, esperaban medicinas a sus males. La bios descompuesta, el disco duro comenzaba a deshacerse a cachitos y entre ellos saltaba la información montando unos líos tremendos. Le abrieron las tripas y le recompusieron los intestinos, arreglando aquí un cable, allí un no sé qué.

Aún con un ligero dolor en el intersticio del puerto USB, volvió a casa y se encontró con la rutina del día a día.

“Creo que me están volviendo a usar para escribir poemas. ¡A ver si me estropeo de nuevo!”