La poesía me suena intensa; en pocas palabras, sin extenderse demasiado hay que devanarse los sesos en colocar sentimientos, emociones e ideas. Calculadas estrofas y rimados versos han de reunir intensidades. Creo que a veces me resulta reducida y escueta dentro de un universo de sentires.
El texto, el relato, da más juego. Uno puede explayarse en relatar lo que está sucediendo con más detalle. Los colores, el lugar y el momento tienden a convertirse en una infinidad de recovecos en los que detenerse por medio de una frase, añadiendo adjetivos que redondeen más la situación relatada.
Pero tanto la poesía como el relato y no hablemos de la novela tienen que crear emoción al que lo lea para que la obra no sea arrinconada. La emoción, esa percepción sensitiva que cada individuo tiene sobre la realidad, sobrepone su intensidad viviéndola desde las experiencias interiores de cada persona.
Es por tanto que un poema que pudiera parecerme arrebatador y terriblemente atrayente, a la persona que lo lea dos minutos después, le resulte totalmente aburrido y carente de significado.
Cuando transmitimos un mensaje, debemos decidir si lo hacemos desde la cercanía, desde la confianza o bien todo lo contrario, confusamente o desde un punto de vista superficial.
Ya puede ser poesía o un relato… El tipo de lenguaje utilizado nos dará las pautas sobre qué tipo de emoción estamos recibiendo o quizá no estemos recibiendo ninguna y se limite a una simple descripción. La emoción que sentimos interiormente ante lo externo que se nos presenta mediante los ojos y los oídos nos hará decidir que es lo que estamos recibiendo teniendo en cuenta nuestra subjetividad o nuestro paralelismo.
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