A veces, nos atrapa el tiempo en la rutina diaria. Nos lleva a suponer que no lo tenemos, que no lo utilizamos para hacer lo que verdaderamente queremos hacer, que el día ha pasado sin ese sentido que queremos darle.
Pero no tenemos en cuenta que estamos eligiendo a cada instante, que no nos ponen un arma en la sien para tomar decisiones.
El día pasa y se suma… ¿A los restados o a los sumados?
Cuando friego, observo la espuma deslizándose entre los dedos y después de añadir jabón al estropajo aprieto el bote para que los restos que quedan en la entrada del mismo afloren al aire en pequeñas pompas de jabón cuyos cuerpos bailan al son de mis soplidos hasta que estallan.
La lavadora y la plancha son una delicia cuando coloco la ropa sobre el cuerpo. El olor del suavizante se expande agradando a mi nariz. Cada domingo por la noche cuando introduzco mi cuerpo entre las sábanas limpias, la relajación viene abrumando cada sensación. La superficie lisa es tan suave como el más agradable musgo aterciopelado que se pudiera encontrar.
Cebollas malhumoradas en picar de ojos, se trasforman en dulzor pochado, pimientos de brillante piel y naranjas zanahorias se desviven en salsas especiadas con pimienta. Carnes y pescados se convierten en paladares exquisitos, en distintos sabores. La cocina, esclava de cientos de instantes es amiga de reuniones de mesa, donde la charla aúna esos ciclos de camaradería y familiar roce que sacia.
Deleitarse con la cotidianeidad, con esa realidad que nos rodea no es perder el tiempo. Hemos elegido una familia, una casa, a las personas que nos rodean, un trabajo. Creer en la rutina no es rendirse a ella. Dentro del respeto hacia uno mismo, hay que sentir la creatividad en todo lo que hacemos. Conquistar nuestras vidas no es difícil si creemos en lo que hacemos, si nos realizamos en cada momento, sin restar días a nuestra vida.