miércoles, 27 de abril de 2011

Hay círculos









Hay círculos que durante años
son protagonistas de los más íntimos momentos.
Hay círculos, que en búsqueda de exteriores
importaron intensidades interiores.

Hay círculos que finalizan
abandonando un mundo difuminado
en puntos de rectas curvas
cuyos extremos, escapistas suavidades,
desaparecen en la lejanía.

Hay círculos rotos
por el saciado vicio de la rutina,
dueños de errores escondidos
tras el beneficio obtenido.

Hay nuevos círculos
formados por la enseñanza recogida,
libros de vida que viajan
sin dar vueltas sobre el mismo camino
porque sus ejes se mueven
en un continuo vaivén de espiral
donde no terminan sus estudios
de seguir aprendiendo.









miércoles, 20 de abril de 2011

Aquellas tardes de domingo







Andamos con un rumbo fijo, sabiendo a dónde nos dirigimos. A pesar de los años transcurridos, el sendero es el que era aunque con unas pocas variaciones.


La fuente no está en el mismo sitio que hace veinticinco años porque han cambiado su ubicación. Ahora se halla situada junto a la mesa en la que compartíamos aquellas tardes de verano, la comida que cogíamos a escondidas de los armarios de casa. Cuando llegábamos allí, llenábamos aquella base de piedra de latas de mejillones, sardinas y berberechos, bolsas de patatas, jamón dulce, chorizo, pan y comíamos sin descanso hasta que se terminaba todo.

La otra mesa todavía está allí pero ya no hay banco circundante donde sentarse. Esa zona se ha convertido en un lugar lleno de zarzas y ortigas. Ahora hay un camino nuevo a la altura del puente del yogur.

El puente del yogur. Una de mis amigas me untó la cara con yogur y salió corriendo y como no, la menda detrás de ella. Atravesó el puente, pero yo terminé espatarrada en medio. No me caí abajo por poco. Se me escapó el zapato aunque no cayó al vacío. A pesar de sentir dolor en la rodilla, mi única preocupación era aquel zapato de ante negro. Cuando me incorporé, el zapato seguía allí, esperándome, mientras mi rodilla sangraba profusamente. Cuando bajamos del monte, aquella herida descendió taponada con una servilleta como las que parecen ponerse los vaqueros en el cuello en las películas del oeste.

De aquel grupo de chicos y chicas que trepábamos todos los domingos al Faro de la Plata, hemos estamos ahí arriba, tú y yo, sentadas en aquella mesa que tantos buenos momentos nos dio.

¿Recuerdas el día que comenzó a llover y tuvimos que meternos debajo de la mesa?

Hoy hemos vuelto con nuestros hijos. Bocatas, ensalada y yogures nos han acompañado. Junto a la mesa pasa mucha gente. Aquel recuerdo de nuestros años jóvenes, hoy forma parte del camino de Santiago. Pero a pesar de toda la gente, aunque nuestras vidas sean distintas, hay una intimidad entre nosotras que sigue ahí, donde quiera que vayamos, escondida en espera de darle la oportunidad para asomarse. Te cuento y me cuentas y a veces hay lágrimas y a veces hay risas, como las que hemos reído hoy…

Volver con nuestro futuro de la mano ha sido precioso, mágico y seguro que este verano nos dejamos caer por allí otra vez.

Por cierto, tu hijo se ha hecho daño en la misma rodilla que yo hace veinticinco años…







viernes, 15 de abril de 2011

Aquella maleta










Con la maleta cargada a la espalda,
atravieso los mismos parajes cada día.
La cuesta hasta el semáforo
y el barrio de los animales de piedra
donde la tienda de chuches y el parque
son destino diario de diez minutos.
Un nuevo semáforo me obliga a detenerme
y otra cuesta ocasiona más sudor al camino.
La exposición de sanitarios blancos
inicia el ascenso por la empinada escalera.

Al acceder al colegio, la cuadrada maleta
con la panza surtida de libros y cuadernos,
golpea una maceta pintada de rojo.
En el suelo, se desparrama la húmeda tierra,
el geranio vestido de flores blancas, desnudando
sus retorcidas raíces que asemejan de estopa, estropajo.

Mi cara estuporosa, refleja temor
ante la monja de la cofia en la cabeza.
Amenaza con llamar a mi casa, enojada
y contar lo sucedido a mis padres.
De incertidumbre asaltada, retraída tiemblo
en espera de hablar antes, que me llegue el tiempo.

Varios días transcurren y no suena el suceso
ni en boca de mis padres, ni caído del cielo.
A sabiendas de lo ocurrido,
paso página despotricando de la sor y su amenaza
y termino creyendo que todo aquello fue un sueño.







 

viernes, 8 de abril de 2011

Cincuenta


Antes reutilizaba todas las bolsas que caían en mis manos. Las almacenaba en dos cajones del armario del balcón. Las de plástico para recoger todos los residuos de desecho, las de papel, como no, para el papel y para llevar libros, ropa y otras cosas de un lado a otro. Pero desde que dejaron de dar bolsas en el supermercado para poder trasladar la compra a casa he tenido que comprar las que te ofrecen allí. Y claro son muy grandes y además mejor sólo usarlas para la compra. Son caras, aunque dicen que te las cambian si se rompen, pero hay que pagar cincuenta céntimos por cada una. Y si de cincuenta hablamos, esas son las que he comprado para echar la basura, los restos orgánicos y los de plásticos y metal. Un rollo de cincuenta bolsas de plástico. Es que sale más baratas que el rollo de treinta.

La que estaba en el cubo se ha llenado y no queda más remedio que cambiarla. La cierro y la saco dejándola apoyada en el suelo del balcón. El rollo es grande. ¡Cómo no, si son cincuenta bolsas! Empiezo a desenrollar y el dichoso rollo se me cae al suelo rodando despavorido por el balcón. La bolsa que pretendía coger sigue sujeta por mi mano agarrada todavía al resto del rollo cuya carrera llega a meta en la terraza del vecino de abajo. ¡Miiiiiééééérrrrcoles!

Mi hijo oye las bendiciones que salen de mi boca y viene corriendo a averiguar que estoy trajinando. Le relato lo sucedido y me pregunta que es lo que voy a hacer. Pues tendré que recoger todas que no me queda otra. Que como lo haré de nuevo. Enrollando. Y empiezo desde la bolsa que se ha quedado en mi mano, una tras otra. Mientras le he estado contando toda la película ha comenzado a reírse y no puede parar. Abre la boca y se carcajea. Casi grita. Se sujeta la tripa mientras me observa y yo exagero más la pantomima que no es tal, pero él continúa riéndose y yo disfruto viéndole reír. ¡Ayyyy! ¡Qué se me cae otra vez! Mientras tanto el rollo va engordando a pesar de que alguna que otra bolsa se ha desmadrado, saliéndose del cauce que me he propuesto.

Llego a pensar que en cualquier momento, el vecino va a salir a la terraza preguntándose qué demonios está moviéndose frente a sus ojos. Le lo cuento a mi hijo y las carcajadas van en aumento, pero el vecino no aparece. Termino la tarea y consigo calmarle pero a la mínima ocasión que tenga seguro que lo cuenta para volverse a reír.

Su risa… ¡¡¡Cuántas alegrías!!!








domingo, 3 de abril de 2011

Vencerse es... vencerme.









Vencerse es…
No tragarte ese bollo que estás mirando.
Acabo de comer y no tengo hambre.

Vencerse es…
Sacar lo mejor de ti cuando la persona de enfrente
trata de estropearme el bien iniciado día.

Vencerse es…
Levantarse contento de sentirse vivo.
Ayer estuve rumiando mis miserias.

Vencerse es…
Saber reconocer tus más terribles miedos
enfrentando mis más cruentas pesadillas.

Vencerse es…
Arrinconar los no tienes, no quieres y no eres,
viviendo por lo que tengo, por lo que quiero y por lo que soy.