domingo, 26 de mayo de 2013

¡Para!


 
 
Llueve. Mayo insiste en acompañar húmedo a la primavera. La ropa de verano se resiste a salir de su retiro. Envuelta en plásticos, reposa tranquila de los desaires del frío. En las montañas, la humedad se deposita blanca sobre las cumbres, pintando de albura su tacto al cirroso cielo.

Nos dirigimos hacia el destino, incierto, como todos los años. El temporal no nos amedrenta en nuestro buscar, esperando que según se sumen los kilómetros, las nubes permitan al sol asomar sus calideces.

Comienzan a aparecer los verdes campos a los lados de la carretera, a veces sinuosa, otras veces para perder en el horizonte la mirada. Esos mares de olas inmensas peinadas por el viento, donde el trigo arrebuja sus espigas, chupando el agua que, a ratos, no cesa en su empeño de nutrir el camino.

Ese camino que, en el borde, dibujando de carmín el paisaje, ofrece una perspectiva divina…

Al encuentro de ese campo de rojos ababoles que me obligue a exclamar:

¡Es aquí! ¡Para el coche! ¡Para!




















Mayo 2013. Mis coloradas....





martes, 21 de mayo de 2013

Preludio 165 de Albeniz









 
Después de muchos años temblando al tocar el piano en público, esa sensación no desaparece. En el último ensayo, mis manos continuaron mostrándose autónomas, increíblemente independientes del resto de mi cuerpo. Esquivas, conseguí tocar lo que buenamente pude.

Cuando regresé al coche para volver a casa, grité. Sí. Grité y lloré, harta de que la situación se reitere. Harta de que en diez años, sólo haya podido interpretar en público como deseo hacerlo en contadas ocasiones. Cansada de sentir que albergo un “alien” que perverso, se venga a hacer cargo y quitando mi libertad, la robé sin recibir un castigo.

Grité hasta agotarme, mientras la rabia me mojaba la piel, preguntándome una vez más que debía de hacer para quitarme ese miedo escénico.

El día de la audición oficial fue extraño pero absolutamente esclarecedor. Comencé a tocar con decisión y sin partitura, conocedora del trabajo realizado, pero aproximadamente interpretada la mitad de la pieza, por un instante pasó por mi cabeza un pensamiento. No podía estar saliendo tan bien, no podía.

Ese instante fue el comienzo del desastre, porque mis manos comenzaron a transformarse como los hombres lobo en noche de luna llena y se tornaron fuera de control.

Al terminar, según volvía al lugar donde estaba antes de dirigirme hacia el piano, mi mente se abrió y entendí que no era miedo escénico lo que creía serlo. Después de tantos años me doy cuenta de que me hago pequeña, de que no me concedo el derecho de interpretar cómo sé hacerlo. Que incluso no me doy el derecho a equivocarme. Que me he cuestionado el hecho de salirme bien, dejando a la niña pequeña que salga cuando no ha de hacerlo, dejándola vivir con las manos atadas a ese temblor.

Hoy, aquí, ahora, tomo las riendas y me concedo el derecho. Porque ese derecho me pertenece, es mío, intransferible y dueño de un interior que me llena.

Toda una vida que sentir, toda una vida que vivir, toda una vida con derecho a equivocarme y con unas manos libres de sogas absurdas. Dueñas del derecho que poseo y de la luz que les pertenece.
 
 
 
 
 
 

jueves, 16 de mayo de 2013

Desde el cuadro


 
 
 
Las amapolas...........................................................Claude Monet
 
 
 
 
 
 
Traspasé el muro,
para lograr sentir lo que del otro lado existía.
Y allí me quedé,
entre los matices de la pintura que de la pared colgaba.
Los cautivos colores expuestos,
de tan ardua tarea, fueron mis compañeros. 

Escuché latidos.
Observé gestos.
Llegué a percibir olores
cuya esencia resultó extrañamente curiosa. 

Buenos o malos, quizá sea la vida
la que expliqué algún día lo que existe.
Peculiares, forman parte de otras huellas
cuyas pinceladas se trazan enfrente. 

Continuó oliendo, mirando y escuchando
con la mirada de unos ojos que otean desde el cuadro.
 
 
 
 
 
 
 

domingo, 12 de mayo de 2013

Vivos


 
 
 
 
 
 
 
 
Desde una blancura absoluta,
nacen letra tras letra
evadiéndose un vacío que se llena.
Los versos crecen en auras albas. 
.
Sin otra mirada que ser uno mismo,
el arte se presenta y se deposita fielmente
en las raíces  y entrañas del sentimiento. 
.
Porque escribiendo se entiende mejor lo pasado
y apuestas por ello, hallando
entre tantos sucesos y presencias,
las vivencias y los sueños del poema. 
.
Blancura sólo la siente el papel,
momentos antes de ser escrito.
Asoma por ahí otro verso
que nacido, vive y es sentido.
 
 
 
 
 
 
 

sábado, 4 de mayo de 2013

Como hace treinta años


 
 
 
 
 
 
 
Hace tiempo que decidí que había situaciones pasadas que no debía llorar más. Porque quisiera hacerlo, puede ser, pero sobre todo porque me di cuenta de que mi vida podía ser dirigida de otra manera que también podía valerme.

Que hubo momentos que pasaron por algo, hoy me doy cuenta y que sin ellos, quizá mi existencia sería muy distinta a lo que es hoy.

Por el camino perdemos inocencia, ganamos en autoestima. Perdemos ingenuidad, ganamos en seguridad personal.

Con los años siento las pérdidas de distinta manera. Me rodeo de amapolas porque las necesito, porque son el reflejo que sigue encontrando en sus pétalos esa ingenuidad y esa sensación de plenitud, que a pocas personas puedo enseñar.

Con lágrimas en los ojos, me cuentas donde se halla ese rincón tan tuyo, y yo me alegro de que dispongas de ese sitio tan especial para sentirlo. Pero lo que más me gusta es esa confianza que hay, que puede palparse entre las dos, donde lo tuyo pasa a ser mío y lo mío, tuyo.

Tengo en la mente, a dos niñas sentadas en las escaleras del portal, contándonos nuestras batallas igual que hacemos ahora. Como hace treinta años.