lunes, 28 de octubre de 2013

Fluyendo


 
 
 
 
piedras, musgo, cascada, agua, montaa arroyo, deja, Los rboles
 
 
 
 
 
Hoy, la vida me obliga a reconvertirme. Hoy, he de asimilar lo duro que en todo camino se presenta. Esas piedras que en el momento menos inoportuno se te ponen delante y te hacen tropezar. Tras el tropiezo viene la cura, tras la herida hay que buscar que la cicatriz sea sanada lo antes posible.

De estar angustiada, paso a sentirme triste. Y esa tristeza he de combatirla con el día a día, con el trajín diario que trae la rutina. Con un poema o con un rato tocando el piano, con un abrazo o con una charla, con el trabajo, con una comida, con la compañía de las personas que están a mi lado…

Hace años que aprendí donde no tenía que sentarme, hace tiempo que aprendí que había cosas que no podía solucionar, y que tratar de arreglar lo que no estaba en mis manos sólo podía traerme vivir en esa angustia que me podía terminar hundiéndome. Y que la vida es mucho más que eso, que la vida es uno mismo luchando contra esas piedras, a las que hoy trato de forrar de terciopelo, como si de musgo se tratara… Como me dice una amiga, el café me lo tengo que tomar, así que tengo que cargarlo de azúcar.

Alrededor de las piedras, fluye el agua que roza la orilla. Los peces la nadan y algunos animales se sacian en sus humedades. Los árboles ofrecen sombra y ahora en otoño, encuentran encantador regalar sus colores para que floten dejándose llevar por el baile de la corriente.

Porque todo lo que rodea a las piedras va a conformar mi fortaleza, va a traerme energía, para así demostrarme que el tiempo que destine a cuidar al dueño de las piedras, que ha sido y siempre serán mi inicio, sea el menos doloroso posible…

Porque aunque ahora me sienta triste, la vida es mucho más que una tristeza.
 
 
 
 
 
 
 
 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Vida traspapelada


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La rutina vence a la novedad
cuando el deshacer gana al engendrar. 

Lentamente ha viciado sus hábitos
por la ruta de la existencia,
convirtiendo el trayecto en repeticiones habituales
donde no hay lugar para inflexiones. 

Ha tratado de enjabonar el día a día
con extensos libros y periódicos
y una maqueta de pequeños trenes
que ha terminado haciendo añicos. 

Ha extraviado el sentido del sendero
entre visitas al médico y caminatas
cuya marcha le ha llevado, inexorable,
a una senda escarpada y sin retorno. 

Le pregunto y me mira.
Le sugiero y no sé si acierta a escucharme.
Su boca habla verbos sin razones
y frases incomprensibles. 

Cuando no me observa,
se me empaña lo que siento,
porque está perdiendo su brújula
acogiéndose a una vida traspapelada.