Lo poco que
escribo queda arrinconado. Sé porque lo hago o porque no escribo. Sé que no
quiero encontrarme últimamente. Porque estoy sintiendo desazón y tristeza y
aunque podría escribir sobre preciosos instantes que me rodean, me están
ganando otros.
Mi padre se está
marchando lentamente y aunque lo veo a menudo, lo siento lejos. Se levanta a
las tres de la noche, con intención de ducharse y salir a la calle y como sus
piernas no le responden termina en el suelo. Cree que está en casa y que pasea
por el barrio en el que me crie, aunque hace meses que está en una residencia.
Jugamos mucho al
dominó. Él me enseñó a jugar y he tenido que empezar a cerrar los ojos cuando
coloca mal una ficha porque me he dado cuenta de que está empezando a no
distinguirlas. Abre y cierra su bolso montones de veces, sacando todo lo que
está dentro para volverlo a meter y se queja de que no tiene dinero si tiene
que hacer algún recado. No es consciente de que no sale si no le acompañamos.
Otro familiar
muy cercano, está librando su particular batalla contra el cáncer. Me da miedo
ir a verla por lo que se parece a mi madre. Pero entraré en la habitación con
una sonrisa de oreja a oreja aunque esté llorando por dentro.
A todo esto le
siguen otras situaciones, consecuencias del darme cuenta de que dando recibía,
sólo por el hecho de dar. Ahora que me falta energía y me siento más cansada
por la falta de tiempo, que me centro en mi familia como prioridad y que no
puedo ofrecer lo que, rodeada de plenitud, me sale de dentro, es cuando veo qué
personas están a mi lado. Aunque la verdad, está bien saber lo que se puede
esperar de los demás, así no me llevaré ninguna sorpresa más. Cuando me
encuentre más animada volveré a mis principios... a los que sé que me llenan.
Ahora me voy a
ver un rato la tele, con mi pareja y mi hijo, que me esperan.
Sé que tornaré
con poesías, con escritos, con batallas qué contar… Pero no es el momento…